He aprendido que ayudar poco tiene que ver con hacer un favor. Ayudar es aliviar el problema de cualquiera y hacerlo desinteresadamente; hacer un favor, en cambio, es esperar otro de vuelta.
También sé que uno puede tener miopía transitoria, pero debe luchar contra la ceguera permanente. Equivócate, pero no eternamente. Abrir los ojos y cortar vendas es, con toda seguridad, lo más útil que puedes hacer.
La vida me ha enseñado a dudar de casi todo. Desde luego a no creer en aquello que solamente te han contado y poner en tela de juicio todo lo que se apellide rumor. Huir de los dimes y diretes que solo ofrecen carencia en cualquier conversación.
Me han enseñado que el bien prevalece sobre el mal, aunque intenten convencernos, cada vez más, con la patraña esa de que a los malos todo les sale bien. La maldad jamás encontrará paz, aunque todo salga rodado. Las luchas internas no dejan vivir y hacer lo correcto, aunque nadie te vea, es el único camino para mantener la cabeza en calma.
Hoy también sé que las personas de bien le dan un altísimo valor a la buena educación. Y ser y estar educado no solamente es decir por favor y gracias. Que también. Es saber estar a la altura de cualquier situación, ir acorde a las circunstancias y retirarse cuando no es tu momento ni tu lugar.
Realmente creo que la mujer del César además de serlo tiene que parecerlo. Todo lo que no se aparente hoy en día, parece ser que no existe.
El silencio es el grito invisible de los que prefieren callar. La forma de comunicar más poderosa que existe y, generalmente, el que guarda silencio, pero actúa en concordancia es el que demuestra más.
He aprendido que debo salir corriendo cuando alguien se proclame súper sincero. Sospecha siempre de la excesiva y desmedida simpatía. Y sobre todas las cosas desconfía profundamente de todo aquel que hable mal de cualquiera al que luego es capaz de sonreír. La siguiente víctima eres tú.
Os cuento todo esto porque en esta semana especial donde se celebra el día de la madre es un buen momento para decir que estas instrucciones de vida las he aprendido de la mía. Una mujer que todo lo que dice, lo dice por algo. Aunque yo consiga descubrirlo mucho tiempo después.
Una madre te avisa casi con cierta premonición de lo que va a pasar. Y no es brujería, se llama sabiduría. Por eso ahora también sé que, si lo dice mi madre, como mínimo, debo escuchar y valorar.
La mujer que te abraza el alma y lo hace desde la calma. La que te trae de vuelta al suelo para que asegures tus alas, sabiendo que caerás. Pero para entonces ella ya tendrá todo bien acolchado.
Ante una madre todos nos quitamos el escudo.
Y quitarse el escudo, a veces, es el primer paso para ganar la guerra.