Aprendimos que pedir perdón es un gesto de buena educación. Pero cuando se convierte en un hábito automático, puede ocultar algo más profundo: inseguridad, miedo al conflicto o baja autoestima.
Crecí en México, donde ser educados es casi una forma de arte. Decir “buenos días” al entrar a cualquier sitio, “salud” después de un estornudo, “con permiso” para pasar, o “buen provecho” al retirarte de un restaurante, no son simples fórmulas: son muestras de respeto que se aprenden desde pequeños.
Desde hace unos años vivo en España, y aunque muchas de estas costumbres son compartidas, hay matices culturales que me han llevado a observar algo que también veo frecuentemente en mi consulta como psicóloga: la necesidad de disculparse constantemente, incluso sin razón aparente.
El valor real de una disculpa
Pedir perdón cuando has cometido un error es un acto noble. Nos permite reparar, conectar, asumir la responsabilidad. Según estudios psicológicos, disculparse adecuadamente puede restaurar vínculos y fortalecer la identidad de quien se arrepiente.
Pero hay una gran diferencia entre eso y pedir perdón por todo. Frases como:
- “Perdona que te moleste, pero…”
- “Siento decir esto, pero…”
- “Perdona, ¿te puedo preguntar algo?”
… se cuelan en conversaciones cotidianas como si fuéramos culpables por expresarnos, necesitar algo o simplemente existir.
Cuando pedir perdón deja de ser un gesto sano
En consulta lo veo muy a menudo: personas que se disculpan por cosas mínimas, por miedo a incomodar, a ser rechazadas o a que se genere un conflicto. Lo que al principio parece cortesía, puede ser en realidad una forma de inseguridad disfrazada de buena educación.
Muchos aprendimos desde pequeños que evitar el enojo de los demás era una cuestión de supervivencia emocional. Si creciste con una crianza muy autoritaria o viviste una relación de pareja abusiva, es posible que el “lo siento” se haya vuelto una muletilla protectora. Es una estrategia inconsciente para no ser abandonado, juzgado o herido.
¿Te has encontrado diciendo cosas como…?
- “Siento si te parezco intensa con este tema…”
- “Perdona si es mucho pedir, pero ¿puedes ayudarme?”
- “Perdón si me notaste rara antes…”
Y del otro lado, también están quienes nunca se disculpan. Las personas con rasgos narcisistas, por ejemplo, rara vez lo hacen. Porque pedir perdón también requiere humildad, empatía y capacidad de autorreflexión.
El equilibrio está en saber cuándo sí y cuándo no. No todo necesita una disculpa. Y si sentimos la urgencia de pedir perdón por cada paso que damos, quizá no es educación, sino una señal de algo más profundo.
Consejos prácticos para romper el hábito
Si te sentiste identificada, te comparto tres claves simples para empezar a cambiar este patrón:
- Sustituye el “perdón” por “gracias”
En lugar de decir “perdona por llegar tarde”, prueba con “gracias por esperarme”. - Observa tus frases automáticas
¿Estás pidiendo perdón cada vez que opinas, preguntas o te expresas? - Valida tu presencia
Tienes derecho a existir, a preguntar, a tener opiniones. No necesitas disculparte por eso.
Pedir perdón no siempre significa que estamos equivocados. A veces, significa simplemente que valoramos la relación más que a nuestro ego.
Y otras veces, pedir perdón todo el tiempo no significa bondad, sino una herida emocional que aún no hemos sanado. Si notas que tu impulso de disculparte es constante, inconsciente o te genera ansiedad, tal vez sea el momento de buscar ayuda.
Sígueme en mis redes sociales y visita mi página web para obtener más información sobre cómo puedes trabajar en ti, mental y emocionalmente. Te invito a que abraces un futuro sin límites y a que conectes con todo tu potencial. Tu nueva vida sin miedo, inseguridades y bloqueos te espera.
Dra. Cristina Amézaga
Psicóloga e Hipnoterapeuta
Nº de Colegiada: AO13874
IG:@cristina.amezaga
Facebook: Ps. Cristina Amézaga
Tiktok: @cristina.amezaga
LinkedIn: Cristina Amézaga