Hace años me hubiera gustado saber que el trato que recibimos de los demás es sólo el reflejo de lo que sienten hacia ellos mismos. Que juzgar al de al lado es disfrazar el complejo que atormenta a uno mismo. Que callar no es siempre otorgar, a veces es sinónimo de sanar. Que pretender caer bien a todos es delegar demasiado buen gusto en los demás y que actuar en concordancia con opiniones externas es restar verdad al momento que estás viviendo.
De haber sabido que el tiempo nos ganará la carrera, no habría desperdiciado horas pensando en problemas que no existían; las habría empleado en abrazar esos instantes de calma que nos hacen sentir a salvo.
En ese entonces, me diría a mí misma que no perdiera la energía tratando de controlar todas las situaciones porque al final, la vida nos coloca a cada uno en su lugar. Que hay cosas que dependen de nosotros y otras que no. Que me preocupara menos y me ocupara más. Me diría que cada día de la vida es un regalo, un milagro, una oportunidad. Que no tratara de luchar contra nada, porque el término «lucha» o cualquier otra palabra bélica implica un desgaste emocional. Que es mejor afrontar, aceptar, y dejar fluir. Nunca forzar.
Me hubiera gustado saber que, aunque a veces sentía que estaba sola, en realidad siempre estuve rodeada de amor, incluso cuando no podía verlo.
También hubiera agradecido saber que la vida puede cambiar en un abrir y cerrar de ojos y que, si eso ocurriera, tendría todo el derecho del mundo a llorar. Pero que después siempre, siempre sale el sol.
Y sobre todas las cosas, me daría las gracias.
Por adaptarme al cambio, por abrazar la soledad y hacer de ella un hogar, por perdonar y pedir perdón, por dejarme el corazón en cada paso que doy. Por valorar lo afortunada que soy, por aprovechar cada oportunidad y haberme dejado llevar. Por hacer el bien sin mirar a quién, por respetar a quien me rodea, por entender que la educación es el primer paso para abrir puertas.
Y hablo de ser elegante, no de vestirse de elegancia.
Especialmente me daría las gracias por no temblarme el pulso para seguir siendo yo. Por mantenerme fiel a mi palabra y por no haber dejado que mi personalidad se hiciera añicos con el qué dirán.
Gracias también a todos los errores que cometí. Son los que me han traído hasta aquí.
- – “No te pareces a la niña que conocí” Le dije.
- – “Pero eres idéntica a la mujer que soñé que acabarías siendo”
Raquel Ruíz Romero.